No
es que pensemos que la superficialidad, el chusmerío, la vanidad y otras
lindezas por el estilo se hayan inventado ahora. Desde hace mucho, toda una
prensa vulgar se solaza brindándole a sus lectores la fantasía de ese mundo “mejor”
que es más caro, más poco accesible, pero rutilante y divertido. Desde varias
publicaciones donde la gráfica es lo más importante, revela el lado más vano de
una sociedad que desea ser vista como realmente no es.
A
principios del siglo pasado, publicaciones como “Atlántida” o “El Hogar” hacían
acceder al público masivo el exhibicionismo de las clases altas, sus
privilegios y oropeles con descripciones detalladas, algo a lo que esos mismos lectores
nunca tendrían acceso.
Con
el inclaudicable avance del tiempo, no sólo la sociedad cambió, también los
seguidores de publicaciones de tales características. La pionera “Hola!”, una
publicación española enfocada a seguir con cámaras a los representantes de las
noblezas europeas, quienes accedían a incorporar a sus reuniones al resto de lo
que se podría llamar “comunidad VIP”: literatos, actores y cantantes, y
prominentes empresarios y políticos. Algo así como una nueva elite con
similares gustos.
Andando
el siglo 20, y con el crecimiento de una clase media que toma a estos
representantes como sus modelos a emular (con la fantasía siempre cultivada de
algún día vivir mezclado entre ellos), fueron creciendo publicaciones con
pretensiones, de alto precio y con la necesidad de alcanzar a un mercado de
buen poder adquisitivo.
El
modelo mayor estaba alrededor de revista de gran calidad, con colaboradores
prestigiosos originados en la mejor literatura, y el ejemplo siempre pasaba
entre las norteamericanas “The New Yorker”, “Life” y “Playboy”, o las europeas
de modas al estilo “Vogue” o “Elle”.
En
Argentina los intentos fueron muchos y con bastante éxito. En los 60 creció una
prensa de cierta calidad en lo gráfico, como “Gente”, “Siete Días” , “Panorama”,
“Adán”, o algo más tarde “La Semana”. Pero el tono de lo que sería el mejor
periodismo futuro arrancaba en las aventuras de Jacobo Timerman, con “Primera
Plana”, “Confirmado” y “La Opinión”. A su sombra, y con menos resonancia,
crecieron publicaciones como “Somos”, “Extra” y algunas otras. Pero esta nueva
generación de periodismo, muy calcadas de experiencias estadounidenses como “Time”
y “Newsweek”, ya se enfocaba a lo que los sociólogos sostenían con su lupa: la
nueva generación de “los ejecutivos”, una elite que crecía para alimentar toda
una nueva serie caprichosa que pasaba por gustos y pretensiones más bien caras,
lo que se suele llamar “consumo ostensible”, esa manera de adquirir bienes
superfluos, por el sólo hecho de poder hacerlo.
Un
análisis de esas publicaciones, descubre de inmediato una publicidad que no se
encuentra habitualmente: turismo de lujo, joyas, ropa y calzado de diseño, propiedades
lujosas, hoteles de cinco estrellas, restaurants gourmet, vinos y licores
caros. En fin: aquello que al lector puede trasladarlo a imaginarse en qué
mundo viviría si tuviera varios miles de millones de pesos.
En
esa línea editorial, trabajan una serie de publicaciones que deben complementar
toda esa publicidad con algo escrito que justifique su existencia, es decir
contar qué es vivir mejor en una sociedad como la que uno vive. Es la ventanita
a la que accede toda señora urbana que, en su peluquería fácilmente puede
leer revistas como “Hola!”, “Gente” o “Caras”. Y esa es la línea –aunque más dirigida al
verdadero mundo empresario- fue creada “Clase Ejecutiva”, que advierte desde su
título cuál es la fantasía que cultiva. Una publicación en la que el lector se
entera cuáles son los relojes pulsera que debe usar, los bancos de los cuales
hacerse cliente, champagnes y vinos “más finos”, arsenal tecnológico más
fiable, líneas aéreas en las que trasladarse, perfumes, moda y accesorios más
convenientes. Y, claro, las notas que justifican la impresión deben llenar las
ansiedades del mundo selecto de tal “clase ejecutiva”, sin embargo ajena a
cualquier “lucha de clases” que en el mundo pudiera existir…
Desde el placard: PARA FRIGERIO, LA PINTA N0 ES L0 DE MENOS
EL TRAJE ES COSA DEL PASADO. Y TAMBIÉN LOS CODIGOS DE VESTIMENTA
QUE RIGIERON EL GUARDARROPAS TÍPICO DEL FUNCIONARIO PÚBLICO. CON EL CAMBIO DE
CICLO POLÍTICO, UN NUEVO PARADIGMA DE ESTILO INDUMENTARIO SE IMPONE. Y SU
REFERENTE ES EL MINISTRO DEL INTERIOR, OBRAS PÚBLICAS Y VIVIENDA. SABE SACAR
PARTIDO DE SU CONDICIÓN DE FACHERO,
TÍTULO QUE LE DISPUTA A MARCOS PEÑA.
Una
barba a lo Don Johnson caracterizado como Sonny Crockett en la ochentosa serie
televisiva División Miami; tonos
pastel para las camisas y lealtad al gris para enmarcar los looks en pantalón y ambo. Así podría
resumirse el aspecto de Rogelio Frigerio, el economista de 46 años a cargo del
estratégico Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda. Hijo del
también político Octavio Frigerio y nieto del dirigente emblemático del
desarrollismo en la Argentina, de quien es homónimo, el funcionario ha jurado
absoluta fidelidad al combo de blazer
y camisa desabrochada que podría señalarse como el uniforme oficial del plantel
masculino del gobierno de Mauricio Macri.
En
la función privada, Frigerio dirigió una consultora económico-financiera y fue
asesor de las Naciones Unidas y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Comenzó su carrera en el sector público durante el gobierno de Carlos Menem, como
secretario de Programación Económica del Ministerio de Economía, que por
entonces comandaba Roque Fernández. Más tarde, en 2011, fue legislador porteño
por el PRO y presidente del Banco Ciudad de Buenos Aires entre 2013 y 2015. A
través de ese intenso recorrido, sus preferencias indumentarias prácticamente
no variaron. Por eso, no desentona en la arena política actual.
Así,
su estilo puede definirse como disperso, sin mucha más convicción que la de
lucir el uniforme que en el imaginario social se vincula con el physique du rol del hombre de negocios
promedio para, entonces, acoplarse a la imagen que se presume debe tener un
funcionario público de Cambiemos con alta exposición mediática. Eso explica que,
tantas veces, se mimetice con su habitual compañero de conferencias en Casa
Rosada, el jefe de Gabinete de Ministros Marcos Peña, a quien le “disputa” el
puesto de más fachero.
Otro
de los puntos en los que coincide con sus pares es en cómo luce y se comunica a
través de las redes sociales. En sus perfiles de Twitter y Facebook se muestra
siempre en situación de hacer. Reunido con empresarios, formulando anuncios oficiales
o posando con ‘la gente’, Frigerio aparece, invariablemente, con el primer
botón de su camisa pastel desabrochado, en un look operativo que se completa con suéter o blazer según la necesidad de informalizar o no la actividad de
referencia.
Su
repertorio cotidiano admite los trajes azules en abundancia, las corbatas en
colores oscuros y las camisas blancas o a cuadros discretos. Pero es el ambo gris
combinado con camisa celeste el outfit
que más lo representa y, por ende, proclama su estilo. En ese conjunto
previsible se destacan los zapatos, cuyo omnipresente beige, en el contexto de una paleta de colores acotada, no hace más
que aportar sofisticación a su asumida condición de pintón.
Ya
en clave decididamente informal, el guardarropas del ministro incluye jeans, un recurrente abrigo de lana que
le resuelve amplias posibilidades de uso y, llamativamente, la campera inflable
Ultra Light Down que popularizara el empresario kirchnerista Lázaro Baez en su raid judicial y es furor este invierno
en las calles de Buenos Aires.
Más
allá de las señas del vestir de Frigerio, licenciado en Economía especializado
en Planificación y Desarrollo Económico, su sello más personal son sus canas
que, en un peinado con raya al costado nada innovador, sí encuentran en el
movimiento del flequillo una marca personal.
#FrigerioStyle
ʘ Es fiel a la camisa
desabrochada más blazer,
uniforme del plantel de
funcionarios de Cambiemos.
ʘ Con un estilo personal
referenciado en el concepto
de equipo, juró lealtad al look
de traje gris, camisa celeste y
zapatos beige.
ʘ Los básicos de su
guardarropas informal son
los jeans y la campera
inflable que puso de moda
Lázaro Báez.