LA VIOLENCIA PRIMITIVA Y LA DIVISIÓN DE GÉNEROS
Me preguntaban qué sentí la primera vez que disparé con un
arma. Y yo no sentí nada en especial, porque toda mi vida me habían educado
para disparar con armas como algo natural por mi género.
Es que no podría asegurar cuál fue la primera vez que
disparé, o mejor dicho “que me obligaron culturalmente a disparar”.
No es un juego de palabras. Creemos vivir en paz, pero somos
educados en la violencia.
¿Fue la primera vez cuando -a los 15 años- el sistema
educativo me impulsó a concurrir al Tiro Federal a cumplir las “condiciones de
tiro” que, en épocas que había colimba debían atravesar los estudiantes
secundarios varones? ¿O fue cuando mi vecino Chiche me permitió operar su rifle
de aire comprimido para matar palomas, allá por los 11 años?
Claro, matar palomas no era tan terrible, para un chico que
desde mucho antes desarrolló destreza con la honda que le había construido su
papi para abatir gorriones.
Es que tomar un fusil Mauser con sus cuatro kilos,
sostenerlo rígido y hacer puntería, para un esmirriado muchachito no
representaba tanto, cuando su primer arma de juguete había llegado a su vida en
tiempo inmemoriales. La rutina por entonces, en cuanto a regalos infantiles,
estaba signada por una división tajante: deportes y guerra para varones,
muñecas y cocina para nenas.
Esa división había permitido acumular en mi casa desde
revólveres, soldaditos de plomo, y rifles, hasta guantes de box, puching ball y
pelotas de fútbol. Todos símbolos expresivos de violencia, competencia e ideas
de triunfo como única expresión de crecimiento “sano”. Los juegos llevaban
siempre la idea implícita de un triunfo frente a un perdedor, y pasaban por
entretenimientos infantiles ineludibles como el del “policía y el ladrón”.
Decir “te mato” apuntando a un amigo en un juego
representativo eran rutina diaria, en plena época del fin de una “guerra
mundial”, que ya por entonces atravesaba la nueva fase de “guerra fría”. El diálogo
habitual de los mayores estaba surcado por conceptos como “bomba atómica” o “guerra
nuclear”, que eran temas de preocupación diaria.
Los fines de semana, ir al cine orientado al público
preadolescente, era encontrarse con las “seriales” repletas de violencia, y
westerns con características naturales a simple vista: todos los “cowboys”
lucen sus armas a cada lado de su cintura. Mejor dicho: lo importante no es que
las luzcan: ¡las usan! Y en 1951, cuando nos asombró la llegada de la
televisión, la violencia llegó como un alud: no solo a través de los
noticieros, sino en ciclos como Patrulla de Caminos, Cisco Kid o La ley del
revólver.
Sin dudas, somos una sociedad violenta desde siempre. En la
cual estamos involucrados aún sin darnos cuenta. Yo estoy seguro de que no era
intención de ninguno de mis parientes que en cada cumpleaños me aportaban
tantos signos de gran violencia, transformarme en un tipo que usara armas para
matar gente. Más bien sucedía que no podían eludir ese mandato social interno
que les llevaba a preguntarse “¿y qué le vas a regalar a un varón? O una
pelota, o una pistola.”
Y todo esto a cuento de los mandatos ineludibles que han
llevado a la encrucijada al otro sector: el de las mujeres, que hoy deben
luchar para quedar mejor posicionadas tras una tradición que con las muñecas
las predeterminó a la crianza, y con la vajilla le marcó el camino de la
pasividad y la cultura hogareña.
Y a manera de ilustración, quiero acompañar esta interesante
reflexión que pueden encontrar en http://palermotour.com.ar/noticias_2007/nota219_barbie.htm :
“Mi nombre
es Nicolás, y tengo 4 años. Les escribo a través de mi mamá porque soy chiquito
y no sé escribir. Pero sí pensar y hablar. Por primera vez me discriminaron y
me apagaron un sueño, no sólo a mí sino a mi hermana Carolina.
Mi hermana y yo vinimos a Argentina para visitar a nuestra familia, y también porque queríamos visitar la casita de Barbie, y poder concretar un sueño. Pero cuando llegamos y quisimos entrar, no me dejaron porque soy nene. Mi mamá dijo que eso era una discriminación sexual, y pidió que me lo explicasen a mí, ya que yo no entiendo esas frases. Nadie me explicó nada concreto. A nadie le importó vernos llorar.
En Suecia, donde nosotros nacimos y vivimos, los nenes también jugamos con muñecas y con carritos de bebés. Tanto en el jardincito como en casa, nos enseñan la igualdad entre las nenas y los nenes. ¿Por qué en Argentina es diferente? ¿Ustedes me podrían explicar, ya que la gente de "Barbie store" no lo hizo?.”
Mi hermana y yo vinimos a Argentina para visitar a nuestra familia, y también porque queríamos visitar la casita de Barbie, y poder concretar un sueño. Pero cuando llegamos y quisimos entrar, no me dejaron porque soy nene. Mi mamá dijo que eso era una discriminación sexual, y pidió que me lo explicasen a mí, ya que yo no entiendo esas frases. Nadie me explicó nada concreto. A nadie le importó vernos llorar.
En Suecia, donde nosotros nacimos y vivimos, los nenes también jugamos con muñecas y con carritos de bebés. Tanto en el jardincito como en casa, nos enseñan la igualdad entre las nenas y los nenes. ¿Por qué en Argentina es diferente? ¿Ustedes me podrían explicar, ya que la gente de "Barbie store" no lo hizo?.”