miércoles, 27 de abril de 2016

LA CENSURA EN UN LUGAR LIBRE CARENTE DE CENSURA

                   Isabel Sarli ha sido una de las estrellas más impactantes del espectáculo argentino. Fue consagrada en 1955 como la más bella, representando al país como “Miss Argentina” en el concurso de “Miss Universo”.

 En un reportaje, recuerda Isabel Sarli:
“En los Estados Unidos, con 'Fiebre', tuvimos un problema que nunca nos había pasado. La Aduana no nos dejaba entrar la película por las escenas del caballo, es decir, no permitían que se vea el sexo del caballo», cuenta la «Coca». «Pero bueno, tampoco la querían cortar, decían que no había censura en los Estados Unidos, y que no podían cortar una escena de una película, pero que tampoco la podían dejar entrar a su país así como estaba. ¿Qué hacemos? Ya está programado el estreno de la película, les dijimos: 'Vayan a otro país, la cortan, y la vuelven a traer'. Armando tenía un socio en Panamá, donde habíamos filmado 'Desnuda en la arena'. Fuimos a Panamá, cortamos esa escena ahí, volvimos con la película y entonces nos dejaron entrar sin problema. Pero en el cine del estreno, al dueño se le ocurrió hacer una marquesina gigante con un caballo, con una lamparita que se le prendía al caballo, ¡¡¡justo ahí!!! ¡Fue un escándalo!» y las risas de la «Coca» al recordar el episodio ayudan a omitir todo detalle ulterior al respecto.” (Ámbito Financiero, 4/1/2008; http://www.ambito.com/diario/379182-los-viajes-de-la-coca-sarli). La cita refiere al film argentino “Fiebre” de 1970, dirigido por Armando Bó y protagonizado por la actriz que relata, quienes fueron sistemáticamente perseguidos en su tierra natal, acosados por una censura de carácter oficial, promovida por representantes de la iglesia católica.

La tradición cultural occidental tiene como referente ineludible a Europa, un lugar que a pesar de algunas contradicciones, el arte y la literatura crecieron sin ataques morales de mayor importancia. Salvo durante eras de regímenes autoritarios, los creadores no vieron limitadas sus expresiones. Gracias a lo cual, hasta hoy podemos disfrutar de sus obras.

En América, la cuestión no ha sido tan sencilla. Tanto el protestantismo en el norte, como el catolicismo en el sur, han hecho valer sus concepciones morales a lo largo de la historia. En el sur las reiteradas dictaduras tomaron los conceptos de la libertad artística como  sinónimo de cuestiones a combatir.
En Argentina esto se llevó a la práctica de forma que oscilaron entre lo ridículo y lo patético. Está de más decir que varias generaciones presenciaron expresiones de arte “higienizadas” según el criterio de los censores, y en muchos casos inhibidos de presenciarlas por prohibición total. Desde la ópera “Bomarzo”, pasando por films como “Teorema” o “La jaula de las locas” que no conseguían permiso de exhibición, o instalaciones como la de un baño público del artista plástico Roberto Plate.

Más atrás en el tiempo, en la década del cuarenta, un afán purista del idioma consideró ofensivo el lunfardo, llegando a objetar sketchs cómicos y hasta tangos en los que sus autores debían cambiar términos como “mi viejita” por “mi madrecita”.

Este panorama solía tener iguales consecuencias en otros países latinoamericanos con gobiernos autoritarios, que siempre actuaban con principios “sanitarios” frente a las expresiones artísticas. Y los más populares, como el cine, la radio y más tarde la televisión fueron los más afectados. Está de más decir que no se detenían frente a nada, y así como se les agregaba sin avergonzarse taparrabos a los caballeros en bolas de los murales clásicos, se escondían las ninfas desnudas de la fuente de Lola Mora en la Costanera, o se mandaba a depósito la grácil niña sin ropa en pose supuestamente provocativa del Parque Rivadavia (y hoy ya restaurada).
Los milicos tenían todo el poder, y contaban con el aval de religión oficial, que tenía sus representantes oficiales en las comisiones de limpieza y desinfección en nombre de la moral cristiana y las buenas costumbres burguesas.

Otra fue la historia en Estados Unidos, un autodeclarado baluarte de las libertades individuales, por lo que la censura no pudo practicarse sino en forma encubierta. El “Código Hays”, un papiro regulatorio para todo el cine americano, determinaba los temas “a tratar” y su extensión. Es decir que exponía la expresa desaparición de ciertas cuestiones, y cuando no podía hacerlas desaparecer, las limitaba. Como la duración que tenían que tener los besos, su intensidad y el tipo de formulación que debían alcanzar. Pero: ojo, nadie podría decir que esto fuera censura: se las arreglaron para que el código fuera desarrollado por los propios productores de films, asociados en una cámara, en realidad digitada por Mr. Hays, no casualmente un político. Este tipo de restricciones tan minuciosa fue el marco en que debieron filmarse todas las películas (algunas de ellas hoy clásicos del cine hollywoodense) entre 1940 y 1960. Un tipo de censura que en el presente denominaríamos, con más propiedad, como obligada “autocensura”.

William Hays, un diácono de la iglesia presbiteriana norteamericana, antes de lograr la presidencia de la organización que nucleaba a productores y distribuidores de cine, había sido presidente del Partido Republicano y funcionario del gobierno. Y fue el encargado de ser el censor de un país “libre y sin censura”. Sólo “regulaciones autoadministradas por sus propios productores”. Un flor de eufemismo.

lunes, 25 de abril de 2016

MASCOTAS VERSUS BIFES

Lo habitual en muchas participaciones espontáneas en internet es el alto grado de violencia empleado en el lenguaje, con agresiones, insultos y provocaciones. Con lo cual las respuestas no se hacen esperar y duplican o extienden tal forma de opinión.
Más de veinte años en el lugar, me han llevado a entender la inutilidad del recurso: no pasa mucho, los monitores son una especie de ring en el que se ahondan los enfrentamientos.
Suelo participar usando, a lo sumo, la ironía, las comparaciones, lo absurdo de las situaciones en sí. No todo el mundo lo toma bien, pero… si no estoy de acuerdo, expongo mi por qué, y eso provoca polémica, ¿cuál es el problema? Si no ¿para qué habría de participar?
Es la tercera vez que me expongo a un colectivo virtual muy poco condescendiente: el de los adoradores de mascotas.
Es que, ya desde muy chico, nunca entendí en qué se diferenciaba una mascota del resto de los animales. Mejor dicho: sí entiendo que una mascota es un animal doméstico, el cual por sus características puede convivir con los humanos. Y también alcanzo a comprender las dificultades que crean animales como las víboras, los leones o los elefantes en su mera permanencia con humanos, lo que provoca que no formen parte del mundo mascotero.
Ojo: también entiendo que se haya elegido a determinados cuadrúpedos para otros fines, por supuesto poco cruentos, como vacas, ovejas o cabras para conseguir leche, o aves para huevos. Y toda una variedad de la escala animal para alimento a través de su carne: mamíferos, aves y peces.
La diferencia es que los animales que se eligen para alimentación, deben sacrificarse. El darles el pase de seres vivos a alimento humano suele ser un espectáculo nada grato: a las vacas se las apalea, a los cerdos se los desangra, a las aves se las descuartiza o las acogota.
No abunda la queja por esto, la dimensión diaria del sacrificio animal en el mundo es colosal. Tal vez el hecho de ser considerados salvajes, haga que muchos de nuestros congéneres lo consideren algo no merecedor de ser tenido en cuenta. “De eso no se hable”.
Pero existe consenso bastante desarrollado en que a las mascotas no se las debe tocar. Se les ha dotado de una identidad afín a la humana, que inhibe de hablar de ellas en términos que no sean el de protección, cuidado o considerarlos humanos.
Es común que en el cine hollywoodense se mencione que en el film que uno presencia no se han maltratado animales (remplazados, tal vez, por animaciones o robots). Aunque se vea que en la fiesta de acción de gracias la mesa sea presidida por un enorme pavo horneado: matar y hornear un pavo no provoca reacciones, a lo sumo hambre. La presencia de comida constituida por animales a los cuales se los debió sacrificar a pocos se les puede ocurrir sea algo malo o contradictorio. Ni las hamburguesas de McDonald’s, los Nuggets de Kentucky Chiken Fried o los hotdogs callejeros, los sándwiches de jamón o pavita despiertan susceptibilidades. Es más: en términos de saciar el hambre nadie piensa en la muerte de un animal al masticar y deglutir.
Y, peor: a muchos les repele que yo convoque el tema. No soportan lo que digo: no quieren casi ni pensarlo por un momento, se incomodan y seguro me van a contestar mal.